¿Mi vicio? Las fiestas y salidas a todas partes con todos mis
amigos. Estaba cursando la preparatoria, la época en la que la diversión y la des
obligación reinan por completo la vida de los adolescentes, ese era mi caso. Viví
en un ambiente donde podía tener todo a mis pies. Tenía chicos por doquier tras
de mí, era bonita y yo lo sabía a la perfección. Tenía la cantidad de amigos
que yo deseaba, era demasiado sociable, tenía una posición económica muy bien
posicionada, y era la nena consentida de mamá y papá, ¿Qué más podía pedir?
Sin embargo, la vida me dio una sorpresa muy grande. Al pasar
de los años descubrí que la perfección no existe, y mi vida no podía ser la
excepción.
Tenía el novio perfecto: guapo, popular en el colegio y rico.
No podía pedir más. Llevaba saliendo con él cerca de 2 años y era la envidia de
todas mis amigas. Sin embargo había algo que no me llenaba por completo. Sentía
que lo quería mucho, que era el hombre perfecto para mí pero, no sentía que eso
fuese amor verdadero. Nunca me había enamorado de nadie, porque algún día
llegué a pensar que de él sí. Pero no era así. Yo no lo amaba realmente.
Un día salimos a una fiesta de cumpleaños con todos mis
amigos, entre ellos también mi novio, Santiago. Todo iba absolutamente bien
hasta que Santiago comenzó a beber más de la cuenta y las cosas comenzaron a
ponerse tensas. Habíamos estado bailando el resto de la noche, pero a esas
alturas él no quería más que dedicarse a beber. Nunca lo había visto así, había
tomado demasiado y yo ya no sabía qué hacer, mis otros amigos estaban igual que
él y no había quién me ayudara; hasta que decidí sacarlo de allí.
—
Santiago,
por favor vámonos ya. —Dije tomándolo del brazo.
—
Natalia,
¡déjame en paz! ¿quieres? Vete tú, yo no quiero.
—
No
quiero que te sigas haciendo daño, por favor vámonos ya.
—
¡Ya
te dije que no! ¿No entiendes? —Dijo mientras me aventaba con su brazo
fuertemente.
Caí al suelo y todos guardaron silencio. Él jugaba básquetbol
y poseía un físico muy atlético, además de ser muy alto y tener tremenda
fuerza. Aquel empujón me desconcertó mucho y por primera vez, tuve miedo de
Santiago. Decidí irme del lugar. Me puse de pie y justo cuando iba llegando a
la puerta sentí que una mano apretaba muy fuerte mi ante brazo.
—
¿Por
qué te vas? —Era Santiago quien apenas podía sostenerse de pie.
—
Ya
no quiero estar aquí Santiago, déjame en paz por favor. —Dije temerosa.
—
No
te voy a dejar ir, viniste conmigo y te vas a ir conmigo, ¿entiendes?
—
¡No
Santiago! Ya me voy. —Dije dándome la vuelta.
De pronto sentí que la vista se me nubló y de repente ya
estaba pegada a la pared. Me empujó tan fuerte que me golpeé en la cabeza. A
penas iba recobrando el sentido cuando alguien llegó de entre todos, solamente
una persona, llegó valientemente.
—
¡Déjala
en paz! —Dijo interponiéndose entre Santiago y yo.
—
Tú
no te metas, quítate. —Respondió
Santiago.
E inesperadamente, aquel chico desconocido le soltó una
bofetada que, solo estando en estado de ebriedad, podría derribar a Santiago.
Me tomó cuidadosamente por el brazo y me sacó de aquel lugar, me subió a un automóvil
y me llevó a una clínica que estaba cerca del lugar.
Cuando recobré el conocimiento no entendía nada de lo que
pasaba. Prácticamente no recordaba nada de sucedido.
—
¿Quién
eres tú? —pregunté extrañada a aquel chico que estaba parado en la puerta.
—
Disculpa,
no me presenté… —Me miró tímidamente. — Soy Leonardo. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
Lo miré completamente extrañada sin saber qué hacer o decir.
Lo único de lo que estaba segura era de ese horrible dolor de cabeza que tenía.
—
Me
llamo Natalia… pero, ¿Qué estoy haciendo aquí contigo?
—
Te
traje a la enfermería porque te golpeaste la cabeza. Estábamos en la fiesta de
Gonzalo. Tú estabas con tus amigos y… supongo que era tu novio el que te aventó
contra la pared.
—
Ah,
es cierto, ahora recuerdo… Muchas gracias por traerme, pero, hubiera preferido
que me trajeran mis amigos, ¿Por qué ellos no vinieron?
—
Estaban
igual que tu novio, y tus amigas… supongo que por miedo no se acercaron.
Me quedé en silencio completamente. ¿Cómo era posible que
nadie de los que decían ser mis amigos se hubiese atrevido a defenderme cómo lo
hizo un completo desconocido? A parte del malestar físico que tenía, la
decepción había entrado a mi corazón de forma muy desconcertante.
—
Gracias,
de verdad. No sé de donde saliste pero, seguramente debes de ser un ángel que
llegó a mí cuando más lo necesitaba. —reímos— No sé cómo pagarte…
—
Me
pagarás no dejando que ese tipo se te acerque nunca. Te trató cómo un patán, en
verdad, no regreses con él, te lo digo por tu bien. —Dijo tomando mi mano.
—
No,
jamás lo haré. Siempre había demostrado ser muy grosero pero nunca a este
grado, estoy segura de que la próxima vez si sería capaz de golpearme. —Lloré y él me abrazó.
Ya era de madrugada cuando subimos a su auto y me llevó a mi
casa. Cuando llegamos expresó su sorpresa al saber en donde vivía.
—
¿Aquí
vives? —Preguntó
extrañado.
—
Si,
aquí, ¿por qué?
—
Tu
casa es enorme…
—
Un
poco…—reí.
Estaba a punto de abrir la puerta del auto para salir, cuando
el bajó y apresuradamente me abrió la puerta y me brindó su mano para ayudarme
a bajar. Yo lo miré extrañada, ya que ningún chico de los que yo había conocido
trataba a las chicas con tanta caballerosidad. Sin decir nada acepté su gesto y
bajé del auto.
—
Quiero
dejarte con tus papás para que sepan lo que sucedió. Me quedaré más tranquilo.
—
No,
gracias Leonardo, pero será mejor que no sea así. Yo les contaré pero mañana,
hoy no, por favor.
—
¿Lo
prometes? —Dijo mirándome a los ojos.
—
Lo
prometo. —Sonreí.
Entre a mi casa y él se quedó parado frente a su auto.
Leonardo tenía algo que jamás me había llamado la atención de nadie más. Se
había portado cómo nunca nadie lo había hecho conmigo, tenía una mirada
profunda, sincera… muy noble. Era delgado, alto, de cabello negro, ojos negros
muy expresivos, y una hermosa sonrisa. Nunca antes había conocido a alguien
así.
Al otro día llegué al colegio y tenía miradas por doquier.
Pero esta vez no eran de admiración o envidia, esta vez las sentía con recelo y
quizás odio. Llegué al salón y una de mis amigas se acercó a mí para
confirmarme mis sospechas.
—
¡No
puedo creer lo que hiciste anoche Natalia!
—
¿De
qué hablas Ingrid?
—
Dejaste
a Santiago en plena fiesta, completamente solo… eso no lo hace una buena novia,
¿sabías?
—
No
me interesa ser una “buena novia” de un golpeador, no quiero perder más mi
tiempo con él.
—
Pues
olvídate de nuestra amistad entonces. Él ha demostrado ser mejor que tú.
Se dio media vuelta y se fue dejándome con lágrimas en los
ojos. No podía creer que después de tantas cosas mi mejor amiga renunciara a mi
amistad por Santiago. Para mi desgracia, él era mucho más popular que yo, y
tenía en sus manos a todos. Ahora yo no era más que la odiada por todos, mi
vida había dado un giro radical.
Al salir del colegio reconocí el automóvil que estaba frente
a la entrada del colegio. Era el de Leonardo. Bajé las escaleras esperando que
así fuera, cuando de repente sentí una mano sobre el hombro.
—¡Hola! —Sonrió.
—¡Leonardo! Qué gusto volver a verte, pensé que jamás lo
volvería a hacer. —Dije
con alegría.
—Le pregunté a Gonzalo en donde estudiaban sus amigos que
iban contigo, así que supuse que tú también estudiabas aquí. Me interesaba
saber cómo estás.
—Gracias, ya me encuentro mucho mejor, bueno, al menos físicamente.
—¿Solo físicamente?
—Sí, porque mis amigos ahora me odian, y ya nadie me habla en
el colegio.
—¿Viste a tu novio?
—No, no lo vi y espero no verlo pronto. No quiero que me
reclame absolutamente nada.
—Bueno, olvídenos todo lo malo, ¿Qué te parece si salimos a
tomar algo?
— Acepto, la verdad me hace falta distraerme de todo esto. —Sonreí.
Subimos al auto y me llevó a una cafetería muy bonita.
Platicamos durante mucho tiempo, platicamos de todo acerca de nuestras vidas y
con cada palabra me iba conmoviendo más. Era noble, demasiado noble, sin perder
sus detalles varoniles. Era sensible pero con mucho carácter y fortaleza. Tenía
un enorme sentido del humor y sabía lo que quería de su vida. Estudiaba el
primer año de la universidad y, aunque no llevaba perfectas calificaciones, era
muy inteligente. Todo lo contrario a lo que yo había conocido antes, incluso,
aun sin conocer uno de los detalles que más me sorprenderían de él.
Poco a poco estábamos más cerca el uno del otro. Mi estancia
en el colegio era terrible, lo único que ansiaba todo el día era que llegara la
hora de salida para poder ver a Leonardo. Todas las tardes salía con él a todas
partes y pasábamos horas increíbles llenas de risas, de platicas interminables,
de escuchar música, de compartir nuestros gustos, ¡De todo!. Simplemente éramos
el uno para el otro y ambos lo sentíamos así.
Pasaron dos meses y yo estaba a punto de concluir el último
año de preparatoria. Mis planes siempre habían sido irme al extranjero a una
universidad muy cara, lejos de México y de todos, pero ahora había algo que me
impedía irme tan tranquilamente: Leonardo. Había encontrado por fin a alguien
que me quería más allá de lo que tuviera o cuánta popularidad me mantuviera
flote. Alguien que sin conocerme se atrevió a hacer lo que nadie de mis
supuestos amigos hizo. Así que decidí quedarme en México a estudiar, de igual
forma, en una buena universidad.
Decidí hablar con mis papás para informarles de la decisión
que había tomado, y para mi sorpresa ellos lo aceptaron de muy buena forma.
—Papás, no quiero irme a estudiar al extranjero, quiero
quedarme aquí en México. Sé que también hay muy buenas universidades e incluso
estoy dispuesta a estudiar en una pública o en una privada, en la que ustedes
decidan, pero quiero quedarme aquí.
—Y, ¿Por qué ese cambio de opinión Natalia? ¿No te parecían
muy mediocres las escuelas de aquí?
—Estaba equivocada papá. He vivido equivocada toda mi vida.
He pensado que todo se basa en el dinero y en la popularidad, pero no es así.
Me decepcionó la gente en la que yo más confiaba. He conocido a alguien que más
allá del dinero que pueda tener, tiene un enorme corazón y un amor infinito por
la vida… —Hice una pausa—Estoy enamorada por primera vez de alguien que es diferente
a todos, alguien por quién estoy segura de que vale la pena luchar.
—Me da gusto oírte decir eso. —Dijo mamá abrazándome— Respetaremos
tu decisión y esperamos conocer a ese muchacho muy pronto.
—Así será. —Sonreí y los abracé.
Una vez confirmados mis deseos con mis papás decidí que era
hora de confesarle todos mis sentimientos a Leonardo. Como cada día fue por mí
al colegio y estando en su auto, tomé valor para decírselo.
—Leo… quiero decirte algo.
—Yo también Natalia, pero comienza tú…
—Está bien… —Lo miré a los ojos. — En este tiempo tú me has demostrado
que eres la persona más valiosa que he conocido. Dentro de mi mundo de fantasía
llegaste tú para mostrarme una realidad que la supera por completo. Llegaste a
salvarme, no solamente de mi ex novio, también salvaste mi vida y jamás tendré
cómo pagártelo. Te has portado conmigo cómo jamás nadie lo había hecho, eres
cómo un ángel para mí… estoy enamorada de ti Leonardo…
Me miró conmovido. Sentí que deseaba abrazarme y besarme
tanto como yo, pero no lo hizo. De pronto se puso serio y miró hacia fuera de
la ventanilla.
—
Hay
algo que tengo que mostrarte Natalia.
—
¿Qué?
—Dije completamente extrañada.
Arrancó el auto y me llevó a una colonia muy lejana. Estando
ahí se estacionó frente a una casa, la que se notaba de gente pobre, con muchas
carencias.
—
¿Qué
hacemos aquí? —Pregunté desconcertada.
—
Aquí
es mi casa… —Señaló aquella casa que estaba prácticamente en ruinas.
—
Pero…
—Miraba aquella casa, casi con repulsión. — ¿Esa no puede ser tu casa… cómo
puede estar así mientras tú tienes un auto?
—
Este
auto es prestado, Natalia. Vivo lejos de mi universidad, por lo tanto a los
alumnos que tenemos un buen promedio nos lo facilitan, algo así cómo una beca…
—
Y,
¿Por qué nunca me habías dicho que eres tan pobre? — Pregunté totalmente confundida.
—
Tuve
miedo de que me rechazaras. La primera vez, cuando te conocí, vi el nivel de
vida que tienes… ¿Cómo alguien como tú se podría fijar en alguien como yo? ¡Es
totalmente ilógico!
Guardé silencio. No sabía que decir. Estaba completamente
confundida. Finalmente yo siempre me había creado la tonta idea de que yo debía
estar con gente de mi misma clase social, ya que nunca había sido diferente.
Sabía que no estaba bien sentirme así, que era una estúpida, pero,
desgraciadamente nunca me había enfrentado a ello desde que nací, y a pesar de
mi amor por él, no podía contener la complejidad que todo ello causaba en mí.
Echó a andar el carro y me llevó a mi casa. En todo el camino
jamás nos dirigimos una palabra. Bajó del auto para abrirme, como siempre, y yo
bajé sin decirle absolutamente nada, hasta que él rompió aquel silencio.
—
Bien,
supongo que después de esto tú no querrás saber nada de mí…
—
Leonardo,
déjame pensarlo, todo es tan confuso…— Lo miré a los ojos. — Todo esto no
cambia lo que siento por ti, pero, toma en cuenta que jamás me había enfrentado
a algo así, y si, quizás soy un monstruo por reaccionar así pero, comprende que
mi vida siempre ha sido de otra forma…
—
Lo
sé y te entiendo, supongo que en este momento no sabes ni qué pensar. Pero,
sabes qué? Lo mejor será que cada quién siga con su vida y sus planes. Yo tengo
mis metas, y tú las tuyas y con esto sabemos que en ninguna parte coincidimos.
Una de mis metas es tener todas las posesiones que deseo, y tú todo eso ya lo
tienes de sobra, ¿En qué podríamos coincidir? Hay veces en que el amor dura
para siempre, otras en cabio, duelen, y no quiero que esto nos duela más a los
dos. —Dijo mirándome con ojos que reflejaban toda la tristeza de su interior.
—
Me
iré al extranjero a estudiar la universidad. Si en este tiempo vuelvo a
encontrarte es que es mi destino estar contigo. Si la vida te pone una vez más
frente a mí, para salvarme, sabré que debemos estar juntos. Pero prométeme que
nunca te olvidarás de mí, por favor Leonardo.
—
Nunca
lo haré… te lo prometo.
Lo miré con lágrimas en los ojos. Me
acerqué a él y nos besamos intensamente. Inmediatamente entré a mi casa. Cobardemente
lo dejé ir, sin desmentirle que yo no podría vivir con las diferencias de la
posición económica.
Me fui durante 4 largos años. Nunca
lo olvidé. Cada día pensé en él como nunca antes. Conocí a muchos chicos, pero
jamás a alguien como Leonardo. Nadie había podido ocupar su lugar nunca, a
pesar de todo el tiempo sin saber de él. Me di cuenta de que en el amor nunca
pasan los años, los sentimientos son más fuertes que hasta el más largo de los
tiempos.
Cuando estaba a punto de regresar a
México, decidí realizar una llamada a Gonzalo, el amigo en común de Leonardo y
mío. Tenía la esperanza de que me dijera que él estaba bien, finalmente lo que
más deseaba era regresar a México, esta vez, con toda la seguridad de que
debería estar con él para siempre, fuese como fuese.
En la llamada, Gonzalo me contó que
la vida de Leonardo había dado un giro tremendo, era un arquitecto muy exitoso,
que ganaba mucho dinero. Que había realizado todos sus sueños y que, además de
todo, había encontrado el amor, un amor con el que había contraído matrimonio
hacia un año.
Cuando dijo eso, me quedé helada y
comencé a llorar. “Prometió que nunca me olvidaría”, pensé. Aun así mis planes
de regresar a México para volver a verlo seguían en pie. Después de todo, no
era un papel lo que unía a dos personas, sino el amor y yo confiaba en que él
podría recapacitar y podríamos al fin estar juntos.
Investigué su dirección, la cual era
ya muy diferente a la que habíamos ido la última vez que nos vimos. Su casa era
muy grande y hermosa. Tenía dos autos afuera, muy lujosos. Sin duda su vida
había cambiado radicalmente. Pero más que darme gusto por eso, era el hecho de
que había realizado todos esos sueños, y eso me hacía completamente feliz.
Toqué el timbre de aquella casa y pedí a la persona que me abrió que le avisara
que alguien lo esperaba afuera. Subí a mi auto para no dejar que me viese en
cuánto saliera. Pude observar como había cambiado. Seguía conservando el mismo físico,
pero ahora se notaba más seguro de sí mismo, cómo todo un profesionista. Bajé
del auto y me dirigí hacia él.
— ¿Te acuerdas de mí? —Pregunté con lágrimas
en los ojos, sonriéndole.
—¿Natalia? —Me miró con sorpresa—
¿Qué haces aquí? ¿Cuándo regresaste?
—Hace algunos días… —Dije acercándome
a él. —No podía dejar de venir a verte… veo que todo ha cambiado mucho, y me da
gusto por ti, porque has realizado todos tus sueños.
—Gracias… tú sigues igual de guapa
que hace 4 años —Sonrió—Ya te ves como toda una profesionista, y me da mucho
gusto también…
—Gracias. —Cambié el tono de mi voz—
No puedo creer que las cosas hayan cambiado tanto… ahora tú eres todo un hombre
casado, con responsabilidades…
—¿Y tú? ¿Sigues soltera? —Respondió
con frialdad.
—Sí, yo sigo soltera. A decir verdad…
—Guardé silencio—No te he olvidado, Leo. Cada día pensé en ti, cada día anhele
regresar a México y volver a verte, para luchar por lo que sentimos, para poder
estar juntos después de todas las tonterías que nos separaron…
—Natalia… —Interrumpió. —Las cosas
han cambiado mucho… ya no somos los de antes, ninguno de los dos. Yo ahora
estoy casado, tendré un hijo en 4 meses, y los amo a los dos. Como verás, ya
nada puede ser igual que antes, lo dejamos ir…
Lo miré a los ojos y no resistí que
las lágrimas corrieran sobre mi rostro inmediatamente.
—Pero es que… — Lo tomé de la mano.
—Teníamos muchos planes,
formamos una vida juntos en nuestra imaginación ¿Por qué no poder vivirla
ahora?
—¿Recuerdas cuando te dije que muchas
veces el amor dura para siempre, pero otras, solamente duele? Esta es una de
ellas, pero de ese dolor debemos aprender. Estoy seguro de que ahora ninguno de
los dos desearía dejar a otra persona por una simpleza como nosotros lo
hicimos.
—
Nunca
encontraré a nadie como tú Leonardo. Tú cambiaste mi vida por completo y me
mostraste un camino que yo no conocía… Por favor, no me hagas esto.
—
Natalia,
por supuesto que encontrarás a alguien como yo algún día, a alguien mucho mejor
que yo. Solamente esta vez no vayas a cometer el mismo error, no lo dejes ir.
No dejes ir a alguien que te ame de verdad, a alguien que esté dispuesto a dar
todo por ti…
—
Está
bien… —Interrumpí—Ya entendí. Tú ya no me amas. Me olvidaste a pesar de que
dijiste que jamás lo harías. Pero no importa, tienes razón. Algún día
encontraré a alguien como tú, de eso estoy segura.
Eché a caminar hacia mi auto. Él se
quedó parado frente a la entrada de su casa. Por el retrovisor pude ver cómo
estaba observándome mientras me alejaba. ¿Cómo había podido olvidarme? ¿Cómo
había podido dejar todo atrás? Lloré y me lamenté. Pero quizás si en el pasado
no hubiera dudado tanto todo el amor que le tenía, quizás hoy estaría conmigo.
Ha pasado algún tiempo después de aquella despedida, y aun sigue doliendo… aun
sigo en la espera de encontrar a alguien como él.
FIN.